En plena disputa del Tour de Francia 2012 queremos recordar la fascinante historia de Vicente Blanco “El Cojo”, el primer gran héroe español en la más importante carrera ciclista por etapas. La vida le había castigado brutalmente, con dos graves accidentes que le destrozaron los pies, pero pocos años después, en 1910, se presentaba en la línea de salida de la Grande Boucle tras protagonizar una extraordinaria aventura.
Hijo de marinero, Vicente Blanco Echevarría (Deusto, 1884) trabajó desde los 13 años en un barco, primero como pinche de cocina y más tarde como palero en la sala de máquinas. Allí, paleando carbón y aguantando condiciones extremas de calor, se forjó un físico duro y una alta resistencia al sufrimiento. Cuando desembarcaba en los puertos extranjeros quedaba deslumbrado viendo las primeras bicicletas, y siempre que le resultaba posible alquilaba una para dar un paseo. Así se fueron construyendo sus sueños de convertirse en un campeón del ciclismo.
Buscando un futuro más próspero dejó el mar para empezar a trabajar en la industria metalúrgica. Pero allí, más que la prosperidad encontró la desgracia en forma de dos graves accidentes. Con apenas 20 años, trabajando para “La Basconia”, una barra de metal incandescente le atravesó el pie izquierdo, destrozándoselo casi por completo. Dos años después, desempeñándose en los astilleros Euskalduna, los engranajes de una máquina le atraparon el pie derecho, sufriendo la amputación de sus cinco dedos.
Con los dos pies prácticamente inútiles -como dos muñones-, Vicente Blanco “El Cojo”, dejó la metalurgia y comenzó a trabajar en la ría de Bilbao como botero, cruzando gente de una orilla a otra. Así conseguiría ahorrar el dinero para comprarse su primera bicicleta, una máquina vieja, pesada y llena de óxido, que él mismo desmontó pieza a pieza y restauró con esmero. Aquella bici destartalada carecía de neumáticos y, sin medios para comprar unos nuevos, colocó para tal función unas gruesas cuerdas de amarrar barcos que tenían el mismo grosor.
Y es que, pese a todos los reveses sufridos en la vida, y poseedor de una admirable capacidad de sacrificio, nunca cejó en su empeño de ser ciclista. Más bien al contrario, encima de la bicicleta encontraba mayor facilidad para desplazarse que andando con sus destrozados pies, así que empezó a entrenar a diario. También practicó natación, remo y hasta disputó con éxito alguna carrera pedestre, pese a su notable cojera. Nada le parecía suficiente obstáculo. Sin duda, era de Bilbao.
Primeros triunfos
Sería en 1907 cuando solicitó a la Federación Atlética Vizcaína (FAV) federarse para participar en pruebas regionales. En principio le miraron con compasión pensando que ese hombre desgarbado y cojo, con aquella ruina de bicicleta, nada podría hacer en el duro mundo del ciclismo. Sin embargo, lleno de osadía y desparpajo, les convenció para que le dieran una oportunidad en las siguientes carreras que se habrían de disputar en Bilbao. En ellas, destacó sobremanera, tanto por su gran resistencia física como por el apetito voraz que mostraba en las comidas post carrera.
Vicente Blanco era un personaje peculiar y de aquella época nos llegan numerosas anécdotas que dan fe de ello. Como el día que quiso participar en calzoncillos en una de sus primeras carreras por las calles de Bilbao y a punto estuvo de acaba en la cárcel por escándalo público. Vio que todos sus compañeros vestían equipaciones ciclistas que dejaban sus piernas y brazos al descubierto mientras él iba con pantalones largos, y no se le ocurrió mejor idea que desprenderse de éstos para intentar imitarles.
Sus victorias en carreras locales y regionales hicieron que la FAV le nombrara su representante para el Campeonato de España de 1908, que se celebraría en Gijón, y en el que -compitiendo ya con una bicicleta en condiciones- derrotaría a las figuras nacionales de la época. De esta carrera se cuentan dos anécdotas que dejan a las claras su peculiar carácter, a medio camino entre la picardía y la ingenuidad. Días antes le dijeron que si comía mucha carne estaría más fuerte en la carrera, así que ingirió tantas chuletas que durante el viaje a Gijón –que hizo en bicicleta- creyó morir por las fuertes diarreas que tuvo. Pese a ello, ganó la prueba echando mano, eso sí, de la picaresca.